jutep6El picudo rojo de las instituciones

Todos ya sabemos cómo actúa el picudo rojo: no se ve llegar, no hace ruido, y cuando uno empieza a notar que la palmera está enferma, ya es demasiado tarde.Por dentro está hueca, carcomida, sin vida. Lo que parecía un árbol fuerte y sano, en realidad ya estaba condenado desde hacía tiempo.

Algo parecido sucede con nuestras instituciones cuando la política partidaria se infiltra sin hacer ruido. No entra por la puerta principal, agitando banderas ni gritando consignas. Entra disfrazada de técnica, de “sociedad civil”, de “referente neutral”. Entra con una sonrisa, con un currículum y con un discurso profesional. Pero su verdadera tarea no es servir al interés general, sino al del partido.

Es un proceso lento, pero constante. De a poco, la independencia institucional empieza a ceder. Los nombramientos se vuelven tácticos, las decisiones pierden neutralidad y los discursos se uniforman. Todo parece funcionar: los informes se publican, las clases se dictan, los organismos sesionan. Hasta que un día aparece un fallo incomprensible, una filtración sospechosa o una resolución que solo se explica desde la conveniencia política.

Entonces descubrimos que la palmera ya está hueca. Que el organismo que debía controlar, garantizar o educar se convirtió en un apéndice partidario. Que el Estado fue devorado por dentro mientras todos mirábamos para otro lado.

No se trata de paranoia ni de caza de brujas. Se trata de advertir una práctica que se repite —en el sistema político — con una paciencia estratégica: ocupar espacios, instalar militantes disfrazados de técnicos, y desde allí moldear el rumbo de instituciones que deberían ser de todos. Así ha ocurrido —o parece haber ocurrido— en la Jutep, en la Udelar, en la ANEP, y tal vez también en la Fiscalía.

El daño institucional no se repara con discursos. Una vez que la credibilidad se pierde, no hay decreto que la restituya. Uruguay ha sido históricamente un país donde la confianza pública fue su capital más valioso. Si dejamos que ese valor se erosione por la colonización partidaria, estaremos hipotecando lo mejor de nuestra tradición democrática.

El picudo rojo no avisa. Llega, se instala y destruye desde el silencio. Por eso, cuidar las instituciones no es un acto administrativo: es un deber cívico. Requiere vigilancia, transparencia y coraje político para decir basta.

Porque cuando la palmera cae, no muere solo el árbol: muere también la sombra que protegía a todos. Y entonces ya no hay nada que salve al bosque.

Grupo R Multimedio -Montevideo - URUGUAY - 12 Noviembre 2025