El uruguayo que enfrentó al tráfico de animales, inspiró película de Disney y hoy escucha música con un jaguar
Juan Villalba tiene 71 años, dirige el bioparque M’Bopicuá en Río Negro y dedicó su vida a rescatar especies en vías de extinción de las manos de traficantes internacionales.Ama la naturaleza y a los animales desde niño.
Aún recuerda la sensación de estar tan cerca de un elefante como para escuchar el ruido de su barriga en el ex zoológico de Villa Dolores, al que iba cada semana. Soñaba con África y consiguió una beca para conocerla; dedicó su vida a salvar especies, persiguió traficantes, recibió amenazas y enfrentó a corruptos. Parece de película y lo es, porque la historia del uruguayo Juan Villalba inspiró la multipremiada Río, de Disney.
Hoy, a sus 71 años, Juan vive y dirige el bioparque M’Bopicuá de Montes del Plata en Río Negro, donde disfruta de una vida tranquila y acostumbra a escuchar música clásica junto a Arandú, el jaguar que habita en el lugar.
Conversó con El País acerca de su vida, sus aventuras, el cuidado de la biodiversidad y el tráfico de flora y fauna.
— ¿Cuál fue su primera experiencia laboral con animales?
— A mis 13 años me picó el bichito de ir a África. En aquellos años era muy costoso y mi familia no podía financiarlo. Entonces, comencé a ir regularmente a la Embajada de Sudáfrica en Montevideo a pedir información. Me llevaba publicaciones muy lindas de la fauna y la flora e incluso empezaron a mandármelas a mi casa. A través de la Embajada me contacté con instituciones de Sudáfrica vinculadas al mundo de la biodiversidad y así fue que, dos meses después de cumplir los 18 años, conseguí una beca para viajar a ese país por seis meses y recorrer sus parques nacionales.
Regresé a fines de 1971 y comencé a trabajar para el Fondo Mundial para la Naturaleza, conocido por sus siglas en inglés, WWF. A los pocos años nació la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (Cites), un acuerdo entre los países que regula el comercio de especímenes de animales y plantas silvestres. Fue ahí cuando empecé a involucrarme con el comercio internacional de especies amenazadas.
— ¿Se refiere al tráfico ilegal de fauna y flora?
— No solo al ilegal. Hay animales que se crían en cautiverio, como las aves, para el comercio de mascotas. También pasa con los cocodrilos, que en la década de 1970 estaban en grave peligro de extinción por la gran cantidad de pieles que se comercializaban legalmente. A partir de este convenio se establecieron cuotas de captura y felizmente las especies se han recuperado: hoy, ninguna de las veintitantas especies de cocodrilos que existen está en serio riesgo de extinción.
— ¿Cómo era el trabajo contra el tráfico ilegal?
— Diariamente recibía comunicaciones de distintas partes del mundo con información sobre situaciones irregulares y debía verificar los datos y buscar evidencia para determinar si la denuncia tenía un fundamento. En caso de que sí, iniciaba una investigación, muchas veces en cooperación con otros países. Me gustaba involucrarme de forma directa, viajar e investigar en el terreno.
A veces, cuando la denuncia tenía que ver con alguna autoridad y era difícil que el gobierno accionara, convocaba a una conferencia de prensa donde denunciaba públicamente lo que ocurría. Recuerdo un caso de tráfico de pieles en Paraguay que involucraba a altas jerarquías del Ejército. Hacía poco había caído el gobierno dictatorial de Alfredo Stroessner y no me quedó otra alternativa que hacer pública la situación. Fue impresionante la cantidad de periodistas que se interesaron e incluso hubo embajadas que enviaron funcionarios; había senadores y diputados también presentes, fue increíble. Y sirvió, porque los militares involucrados fueron destituidos.
Todo esto conllevaba amenazas. En la previa a esa conferencia de prensa recibí una comunicación de alguien vinculado a una embajada extranjera que decía que me cuidara porque había rumores de que podía ‘ocurrir algo’ para evitar que yo hablara. Cuando viajaba a Bolivia, que era un país sumamente complicado porque muchas figuras del gobierno estaban involucradas con el tráfico ilegal, me pasaba que apenas llegaba al hotel recibía una llamada de alguien que me decía: “Tómese el próximo vuelo y regrese a su país”.
— ¿Alguna vez pasó a mayores?
— Felizmente, no. Son bastante cobardes los traficantes.
— ¿Recuerda algún caso que haya investigado en Uruguay?
— Una vez, venían fardos de algodón de Paraguay al puerto de Montevideo y dentro habían ocultado cientos de cueros de pecarí de collar. Nos llegó la información, hicimos el procedimiento exitosamente y los funcionarios aprendieron de eso y se hicieron de unas varillas metálicas que, cuando llegaban fardos de algodón, introducían en el cargamento para ver si detectaban cueros o no.
— ¿Cómo ve a Uruguay hoy con estos temas?
— El país está haciendo un gran esfuerzo pese a que no tiene todos los recursos necesarios. El tráfico ilegal todavía es importante; sobre todo, el ingreso de aves desde países vecinos. Hace cuatro meses hubo un procedimiento en Salto, en agosto hubo otro en Soriano… Hay una mayor consciencia por parte de los organismos del Estado porque la Ley de Fauna no solo le da competencias al Ministerio de Ambiente para combatir el tráfico ilegal, sino también a la Policía Nacional, a Prefectura y a la Dirección Nacional de Aduanas. Y percibo que están atentos porque, por ejemplo, en algunos casos ha actuado Prefectura directamente, que luego comunica al Ministerio de Ambiente.
Animales y fronteras
Casos recientes de tráfico de animales en Uruguay
Según informó El País, en junio de este año se incautaron 30 tortugas y 20 aves que iban a ser ingresadas por el puente de Salto Grande de manera oculta en un vehículo particular. Los animales estaban escondidos en la rueda auxiliar del vehículo y detrás del respaldo del asiento e iban a ser comercializados en Salto y el sur del país. El conductor del auto fue condenado como autor penalmente responsable de un delito de contrabando a seis meses de prisión que luego se suplieron por un régimen de libertad a prueba, con la obligación de realizar servicios comunitarios.
A fines de agosto, en La Concordia —un balneario del departamento de Soriano—, efectivos policiales localizaron un vehículo con 71 aves exóticas provenientes de Argentina. El valor de los ejemplares ronda el millón de pesos uruguayos, según informó el Ministerio del Interior en su página web. Los cuatro implicados fueron formalizados por delitos de contrabando agravado y se dispusieron 120 días de prisión domiciliaria.
— ¿Qué motiva al tráfico ilegal de animales?
— Se da un fenómeno curioso —o preocupante— en el que los animales en vías de extinción han pasado a ser un símbolo de estatus. No pasa tanto en Uruguay, pero sí en otras partes del mundo. Como quien tiene un auto súper lujoso o una obra de arte codiciada, mucha gente paga fortunas por animales a modo de ostentación. Lo vi, por ejemplo, con el caso de los guacamayos de Spix que rescaté en 1987. Quedaban tres en libertad; dos de ellos eran pareja y habían tenido pichones, a los que saquearon y traficaron hacia Paraguay con el fin de venderlos a un coleccionista en Suiza por 80 mil dólares.
Las personas que compran animales de forma ilegal, sobre todo en vías de extinción, saben que no pueden exhibirlos mucho, pero los esconden y los muestran dentro de su círculo social. Es una faceta del ser humano que tendría que ser analizada por un psicólogo…
— Ese rescate que mencionó es el que inspiró la película Río, de Disney. ¿Cómo fue?
— Sinceramente, no conocía mucho sobre el guacamayo de Spix, pero ese año me llamó un gran amigo —el doctor Obdulio Menghi— desde la sede central de Cites, en Suiza, y me informó sobre la situación de estas aves. Yo había sido nombrado director para Sudamérica de Traffic, una ONG que trabaja para garantizar que el comercio de especies silvestres sea legal y sostenible. Un colaborador logró visitar al comerciante, que era un traficante alemán radicado hacía varios años en Paraguay. Él le mostró los guacamayos y le dijo que los tenía vendidos por 80 mil dólares, pero que estaba dispuesto a hacer un trato por 100 mil. Era viernes y mi colaborador le pidió un plazo hasta el lunes para evaluar la oferta, a lo que el alemán le dijo que sí, pero que si ocurría algo, se considerara hombre muerto.
El funcionario encubierto se asustó tanto que tomó el primer avión que consiguió y se fue a Perú, pero me dejó un plano de la casa del traficante con la ubicación de los animales. Viajé a Paraguay, hablé con un abogado que conocía, y un juez nos dio una orden de allanamiento con apoyo policial. Cuando llegué a la casa, fui directo al segundo piso, a la habitación donde sabía que estaban los guacamayos. En el momento que abrí la puerta vi a una señora con una valija saliendo por la ventana hacia un techo vecino. Le arrebaté la valija y, en un acto de torpeza que pudo haber terminado mal, la abrí… Los pichones estaban ahí y por suerte no salieron volando.
— ¿Dónde están ahora?
— En Brasil. Tuve que transportarlos con apoyo del embajador brasileño porque, una vez que se realizó el procedimiento, el traficante se contactó con figuras del gobierno paraguayo y se desató una búsqueda policial para encontrarme a mí y a las aves. Me refugié en la Embajada de Brasil y a la mañana siguiente salí. No se animaron a hacer la detención en el aeropuerto porque estaba el embajador y hubiera sido un escándalo.
Hoy hay cerca de 200 ejemplares y existe un programa del gobierno de Brasil —el Plan de Acción Nacional para la Conservación del Guacamayo de Spix— para liberarlos en áreas protegidas.
— En total, ¿cuántos animales rescató en su carrera?
— ¡Uf! No puedo saberlo, porque podía rescatar cientos de aves o miles de pieles de cocodrilo en un solo cargamento.
— ¿Cómo es su vida hoy?
— Desde hace 25 años dirijo el bioparque M’Bopicuá en Río Negro y vivo con mi esposa en el antiguo casco de la estancia. Mi rutina cambió totalmente. El ambiente es calmo, tranquilo; me despierto con el canto de los pájaros, es algo completamente distinto. Puse toda mi pasión, fuerza y voluntad en la lucha contra el tráfico ilegal y ahora estoy en un ámbito más bucólico. Me levanto, recorro el campo, chequeo las condiciones y, una vez que logramos nacimientos de animales, empezamos a estudiar dónde vamos a liberarlos.
El bioparque es propiedad de Montes del Plata, empresa que, además de su actividad forestal e industrial en Uruguay, cuenta con alrededor de 100 mil hectáreas de campos, bosques, lagunas y bañados que son exclusivamente áreas de conservación. Allí hemos liberado yacarés, coatíes, ñandúes e incluso pecaríes de collar, el cerdo autóctono de Uruguay que había sido declarado extinto hace un siglo. Por lo que hemos visto a través de cámaras trampa y observaciones directas, están prosperando. Y tenemos la esperanza de que Uruguay recupere esta especie.