La falta de “renovación” de los cuadros políticos frenó algunos cambios en los últimos gobiernos del Frente Amplio, reconoce el director de Planificación, el área de la OPP encargada de proyectar escenarios a largo plazo
“Se están transformando en políticas” concretas varios “desafíos relevantes” identificados para Uruguay a futuro
Algunos problemas a largo plazo para el país están diagnosticados desde hace tiempo, como una tendencia de envejecimiento de la población que en algunos años tensionará los sistemas previsional y de salud.
Otros son menos evidentes, y uno de los aportes de la Dirección de Planificación de la Oficina de Planeamiento y Presupuesto (OPP) fue tratar de identificarlos. También, advertir las oportunidades que traerán ciertos cambios, asociados muchos de ellos con los avances tecnológicos. A partir de ese trabajo prospectivo “se están transformando en políticas unas cuantas cosas”, en particular en el área productiva, sostiene su responsable, Fernando Isabella. Pero reconoce que en algunas áreas “falta muchísimo” para hacer, a la luz de los análisis.
Con una mirada más global, el jerarca —un socialista que integró el equipo de asesores económicos del candidato presidencial oficialista, Daniel Martínez— admite que las transformaciones tuvieron “cierto freno” en los últimos gobiernos, en un contexto de poca “renovación de cuadros políticos”.
Lo que sigue es un resumen de su entrevista con Búsqueda.
—La Dirección de Planificación fue creada en 2015 con el propósito de tener una mirada para anticipar tendencias a futuro y elaborar políticas. ¿Qué aporte hizo?
—Hubo dos. Por un lado, dejar entrever algunos desafíos relevantes para Uruguay en los próximos años. Por otro, la creación de redes de trabajo.
Sobre el primero, si bien el tema del cambio demográfico era ya conocido, nuestros estudios dejaron en claro algunas cosas: seguramente la fecundidad no aumentará y aun si lo hiciera, en el 2050 tendremos una sociedad sustancialmente más envejecida que la actual. Esto tiene implicancias obvias en la previsión social; otras no lo son tanto, por ejemplo, en cuanto al perfil epidemiológico distinto que tendrá una población más vieja, lo que requiere servicios y profesionales con formación acorde que lleva décadas preparar. También respecto al mercado laboral, ya que estamos probablemente a una década de que el país alcance su máximo en población en edad de trabajar y a partir de ahí empiece su caída; si la tasa de actividad femenina mantuviese su ritmo de crecimiento, Uruguay podría llegar a 2050 sin que caiga la tasa de actividad global. Y la automatización, que en algún momento fue vista en términos catastróficos, es una necesidad para que el país aumente su productividad; esto pone el foco en la transformación de los empleos y de las habilidades requeridas.
Desde la perspectiva ambiental, las proyecciones señalan que Uruguay va a ser de las pocas regiones donde el volumen de precipitaciones aumentará, aunque con mayor variabilidad; esto implica pensar en una infraestructura para el riego y almacenamiento del agua. Además, dentro de algunos años el certificar que la producción es parte de procesos ambientalmente sostenibles será una necesidad desde el punto de vista comercial.
Están también todas las oportunidades en torno a la digitalización relacionada con la energía y el diseño, así como la biotecnología. La forestación es otro sector absolutamente estratégico, también por lo que puede posibilitar en cuanto a nuevos productos englobados en el concepto de biorefinería o de ingeniería de la madera para sustituir acero o concreto, que tendrán enorme demanda.
En torno a estos procesos hubo una articulación interesante; nuestra dirección proyectó escenarios a largo plazo mientras que Transforma Uruguay elaboró hojas de ruta con políticas a corto plazo, todo con participación del sector privado. Esto es un ejemplo de las redes de trabajo vinculadas a los estudios prospectivos, en las que intervinieron más de 2.000 expertos, casi todos los ministerios y distintas agencias de gobierno. Es la forma de darles mirada estratégica a las políticas.
A partir de todo esto, me imagino a futuro a Uruguay más tecnificado, con una producción agropecuaria de alta calidad y que se venda en los mercados porque logra certificar procesos sostenibles. Imagino un país más integrado en cadenas de valor y más integrado socialmente. Soy optimista.
—Más allá de esas hojas de ruta de Transforma Uruguay, ¿los diagnósticos elaborados dispararon acciones concretas para enfrentar los desafíos y aprovechar las oportunidades?
—En algunos casos sí y en otros todavía falta muchísimo.
En el área productiva se vio el mejor ejemplo de articulación; las conclusiones que surgían de la mirada de largo plazo enseguida se traducían en políticas de corto y mediano plazo. También hubo buena articulación en materia de género; Inmujeres presentó una estrategia para la igualdad al 2030 basada en nuestros estudios.
En otras áreas nuestra función apuntó más a aportar información y una mirada desde el gobierno sobre ciertas urgencias. En capacitación, educación, innovación e investigación, donde operan autonomías y juegan los plazos, no se terminó en políticas concretas.
—¿Faltó ejecutividad o voluntad política para tomar medidas?
—No. La mirada de largo plazo no necesariamente se traduce en un accionar obvio y evidente, y hay un proceso de discusión que es relevante dar.
Sí es importante que haya una articulación más explícita con las diversas áreas, como las educativas o sociales, para que sea evidente quién debe tomar la posta a partir de los diagnósticos que se elaboran. Desde el año pasado está vigente un decreto que establece un sistema de planificación como estrategia de desarrollo, exigiendo que los distintos organismos de gobierno designen alguna oficina que sea un enlace con la Dirección de Planificación. Estará en manos del nuevo gobierno hacerlo cumplir o derogarlo.
En cuanto a la seguridad social, el haber puesto el tema en la agenda de la campaña electoral —no solo nosotros— es importante.
—El ministro de Economía, Danilo Astori, dijo en 2018 que una reforma previsional debía encararse al inicio del próximo período de gobierno. Si el diagnóstico estaba claro, ¿por qué no encaró el tema la actual administración?
—Entiendo que algunos temas de la seguridad social sí se encararon; en estos años se reformaron las cajas policial, bancaria, la militar… El BPS también, pero no en el sentido de mejorar la sostenibilidad financiera sino de ampliar la cobertura. Por qué no se hizo más, escapa a mi responsabilidad. De todos modos, mostrar las evoluciones demográficas fueron un aporte en ese sentido.
Insisto: se están transformando en políticas unas cuantas cosas de las que hicimos, y hay otras sobre las cuales todavía es necesario seguir discutiendo. Con la seguridad social va a pasar eso. No era esperable que alguien dijera: “Bueno, acá está la reforma”.
—Hablando en octubre de 2018 en un comité de base usted fue crítico con Tabaré Vázquez y dijo que hubiera querido ver a “un presidente que dirigiera el gobierno”, consignó entonces El Observador. ¿Faltó liderazgo?
—Eso lo dije en un cierto contexto y pensando que era una reunión cerrada. Más allá de eso, sí, el Frente Amplio sufrió una falta de renovación que fue uno de los factores de freno a la posibilidad de lanzar al gobierno desde el punto de vista programático. Si se miran los 15 años, se ve un primer período con transformaciones muy relevantes y en los siguientes dos, es evidente que hubo un cierto freno, si bien se procesaron cosas importantes en otras áreas. ¿Qué pasó? Una de las posibles explicaciones es que aquel ímpetu se fue frenando porque la renovación de cuadros políticos no fue todo lo dinámica que se esperaría.
—¿Eso influyó en la derrota electoral del Frente Amplio y en las fricciones actuales por las candidaturas a la Intendencia de Montevideo?
—Sí. Pero hay otros factores; recién en los meses previos a la elección se vio a toda la fuerza política colaborando en transmitir un relato que pusiera en valor todas las transformaciones hechas. Eso es culpa probablemente de la fuerza política, que se suele enredar en discusiones internas mucho más que en salir a hacer política con la gente. Los distintos gobiernos del Frente han tenido enormes dificultades para escuchar y tener un vínculo fluido con la fuerza política, con la gente y las bases. Faltó hacer un relato que politizara un conjunto de transformaciones —mejoras salariales, condiciones de trabajo, infraestructura educativa y de salud—que la mayoría de la gente vivió. Todas esas cosas pasaron, y en lo previo a las elecciones vimos cómo desde el Frente Amplio se logró transmitir eso y ahí dijimos: “¡Caramba, todas las cosas que hicimos!”. Pero en los cuatro años y medio anteriores, en ningún momento se comunicó eso, más bien al contrario; las discusiones internas se daban con una agresividad muy fuerte y a veces se confundía al adversario. Buena parte del descontento y esa sensación de hastío de gran parte de los frenteamplistas tiene que ver con esa carencia, que fue responsabilidad de todas las partes.
Más allá de esto, no quiero dramatizar: en democracia, la alternancia en el poder es absolutamente natural y sana. Es utópico pensar que nos íbamos a mantener en el gobierno por siempre, aunque se hubieran hecho las cosas de manera excelente, que no se hicieron, ¿no? Se hicieron muy bien. Ningún partido se mantiene 60 años en el poder, a menos que sea una democracia falsa. Es natural un cierto desgaste y que la gente quiera probar otra cosa.
—Retomando el asunto de la reforma de la seguridad social, ¿qué enfoque cree que le dará el nuevo gobierno?
—No sé si le dará el que yo quisiera. La función de la seguridad social es, ante todo, dar protección. Obviamente que para eso debe ser sostenible financieramente, pero dónde se pone el límite es una cuestión discutible. En nuestra Estrategia de Desarrollo, el lineamiento central respecto a la protección social fue avanzar hacia el universalismo, dar protección a todos, independientemente de si el padre de familia está o no aportando. Tenemos a un 25% de los trabajadores en Uruguay que están por fuera de la seguridad social, por lo que ellos y sus familias solo acceden a una parte de la protección social, lo que tiende a perpetuar desigualdades. Entonces, ¿se seguirá avanzando hacia el asistencialismo cuidando la sostenibilidad fiscal o se avanzará a un sistema cada vez más privado y que segmenta la protección dependiendo de si la persona aporta o no, si lo hace a una caja o a otra? Esa es parte de la discusión. No tengo información concreta respecto a lo que se hará, pero el riesgo de retroceso siempre está.