OPINIÓN:Ing. Agr. Nicolás Lussich.
Evitar la crisis
Uruguay no sólo tuvo un crecimiento histórico de su economía en los últimos años. También ha logrado evitar las crisis luego de la ocurrida en 2002. Sin embargo, hoy la situación es muy delicada y es tiempo -otra vez- de reducir vulnerabilidades. ¿Podrá hacerlo el próximo gobierno?
La economía uruguaya tuvo un ciclo de crecimiento histórico entre 2007 y 2014, que la colocó en un nivel de producción notoriamente superior a lo alcanzado antes de la crisis 1999-2002. La producción anual del Uruguay hoy -a pesar de la desaceleración y estancamiento recientes- se ubica 60% arriba de su nivel del año 1998.
Para esto hubo razones externas y virtudes propias. Es insoslayable el efecto positivo para Uruguay del fuerte aumento de la demanda asiática -en particular de China- por productos del campo: granos, lácteos, productos forestales y -en los últimos años- el aumento de la demanda por carnes.
Hoy China es el principal destino de las exportaciones del Uruguay; un actor nuevo que no estaba en el siglo pasado. También fueron muy relevantes -en su momento- las fuertes expansiones de Argentina y Brasil, antes de que sobrevinieran las dificultades de nuestros vecinos (en especial para Argentina). Uruguay aprovechó todo eso y sumó virtudes propias, con políticas que apuntaron a mejoras en los ingresos y la expansión de servicios sociales, características de gobiernos de izquierda como los del Frente Amplio.
Aun cuando sobrevino la crisis financiera global en 2008-2009, Uruguay logró sortearla, poniendo en juego el tipo de cambio flexible y apuntalado por la política de reducción de vulnerabilidades financieras, que promovió el ministro Astori en los primeros años del gobierno de Tabaré Vázquez. También es cierto que la salida que instrumentaron los países desarrollados ayudó al nuestro, en la medida que la expansión monetaria de los EEUU (que imprimió dólares como nunca) impulsó los precios de exportación.
Superada la dificultad sin que la economía frenara, el crecimiento aceleró desde el 2010 hasta 2014, sumándose más factores positivos que casi nunca se habían dado juntos: demanda regional en Argentina y Brasil, demanda global desde China y otros mercados, y un ciclo de expansión de consumo e inversiones a nivel local, tanto en la industria -caso emblemático de la celulosa- como también en la energía, construcción de viviendas y otros sectores.
También fueron tiempos de una inusitada expansión presupuestal, durante el gobierno de José Mujica, que cambió cautela y sensatez por optimismo sin fundamento; las consecuencias las estamos sufriendo ahora. El gasto estatal creció más que el producto, gasto que además se sabía rígido, indexado e inercial. Cuando los precios internacionales bajaron en 2014-2015 la economía comenzó a expresar serios problemas de competitividad; es que ahora aquellos factores excepcionales ya no están: la región está en serios problemas, en el mundo hay una guerra comercial que está lejos de ceder y Uruguay está caro, muy caro, comparado con sus principales socios comerciales y competidores.
Las sociedades tienen demandas y las de los uruguayos habían estado postergadas por muchas décadas, por lo que la expansión del gasto social -en particular en gobiernos de izquierda- era absolutamente esperable. Pero se llegó a niveles que están comprometiendo la marcha de la economía, lo que ha llevado al desorden macroeconómico: el empleo cae, el desempleo supera el 9% y afecta a 160.000 trabajadores, el déficit fiscal crece y se acerca a 5%, la deuda aumenta y la economía no avanza, está estancada en su nivel de producción (el PBI casi no aumentará este año).
Es en este escenario preocupante que llegan las elecciones nacionales y -lamentablemente- la política agrega incertidumbres: luego de tres gobiernos con el FA como partido predominante, con mayoría parlamentaria, el escenario ahora luce bastante más atomizado, con el propio oficialismo desgastado por el propio ejercicio del poder y dificultades en varios capítulos de la agenda política (entre ellos la propia economía); no es imposible que el FA alcance a la mayoría parlamentaria, pero las encuestas indican que eso es poco probable, y que es alta la posibilidad de que una coalición de partidos hoy opositores conduzca el próximo gobierno. Lo definirán las urnas, que nunca nos falten.
Cualquiera sea el gobierno, el año próximo será imprescindible mejorar la situación de las cuentas estatales; es esencial reordenar la macroeconomía, base esencial para cualquier proceso de desarrollo, tal como ha señalado acertadamente el ministro Astori (“no hay desarrollo exitoso en el desorden macroeconómico”). En este contexto, el ministro y todo el oficialismo destacan la posición financiera del Uruguay, su Grado Inversor y el fluido acceso a los mercados internacionales, por la confianza que los inversores tienen en Uruguay. Esto es innegable, valioso y se verifica con la última emisión de bonos a 35 años de plazo en dólares, a tasas de 4%, mínimo histórico. Sin embargo, que la capacidad de financiarnos sea de lo poco destacable del escenario macro no me deja tranquilo: puede resultar un arma de doble filo, pues -tomando el tiempo que el financiamiento nos da- podemos tentarnos a postergar la inevitable corrección de la situación fiscal, y ésta puede volverse un problema más serio.
Tener buena capacidad de financiamiento no puede ser la única virtud, mientras el resto de las variables están deteriorándose: el déficit fiscal explica buena parte de la falta de competitividad del país, que se ha encarecido sensiblemente respecto a sus socios y competidores comerciales; ésta es una de las causas del actual estancamiento. El tipo de cambio ha estado retrasado y la capacidad de amortiguación que expresó en otros tiempos, hoy está más acotada.
Por tanto, estamos entrando en un círculo vicioso peligroso: déficit creciente, endeudamiento en aumento, retraso cambiario y problemas de competitividad, estancamiento económico. La recesión es un riesgo más visible.
Para el próximo año hay buenas y malas. El proyecto de UPM promoverá la actividad económica y el empleo, y compensará las esperables caídas en la actividad de otros sectores; hay otras obras de infraestructura que tendrán el mismo efecto. Pero es dudoso que esto pueda compensar otros factores que juegan en contra, entre ellos la crisis argentina. Se plantea desde el gobierno que Uruguay ha logrado sortearla, pero la crisis de nuestros vecinos está lejos de haber terminado: tendrán elecciones el mismo día que nosotros y las consecuencias de fondo de la situación argentina aún están por llegar. La temporada turística estará afectada y -además- Argentina nos compite crecientemente en mercados de exportación donde confluimos, caso de la carne. Asimismo, los problemas causados por la guerra comercial que desplegó Donald Trump en su confrontación con China están provocando una desaceleración simultánea en todas las grandes economías del mundo y esto puede ser un problema serio (el crecimiento interanual de China en el tercer trimestre fue 6%, mínimo desde 1992).
Para un país como Uruguay, pequeño y vulnerable a los vaivenes globales, encarar este escenario con desorden macroeconómico es imposible y el próximo gobierno tiene que corregirlo. ¿Podrá? Dado el escenario político más atomizado, seguramente el próximo gobierno tendrá más dificultades para aplicar ajustes presupuestales que parecen ineludibles, ya sea por el gasto o por el aumento de impuestos.
Sobre este asunto varios economistas profesionales del país han aportado su análisis, con visiones que van desde la inconveniencia-insostenibilidad de aumentar impuestos, hasta otras -más resignadas- que señalan que sin aumento de impuestos el déficit no bajará. Luego de la confirmación del proyecto de UPM el escenario se ha vuelto un poco más alentador, pero hay que advertir que el proyecto aportará más en crecimiento que en recaudación; parece difícil que -por sí mismo- pueda revertir el delicado escenario fiscal.
Así las cosas, es clave que el próximo gobierno tenga la credibilidad suficiente en su plan de ajuste (por el gasto, por el ingreso o por una combinación de ambos), y la fortaleza para sortear los efectos recesivos de corto plazo que se puedan generar. Sería ideal que la tarea política incluya una reforma de la Seguridad Social con el mayor respaldo posible.
Si se logra reducir el déficit, el rumbo será más alentador. He aquí el quid de la cuestión: una cosa es tener un calambre y otra cosa quebrarse un hueso; las recesiones son duras, pueden generar más desempleo y otros problemas, pero Uruguay tiene fuertes mecanismos de protección social; una crisis es otra cosa: es un retroceso grave, con cosas que se destruyen y no se reparan, proyectos que quedan por el camino y gente que sufre mucho, ya lo sabemos. Ojalá que no pase ninguna de las dos cosas y que el Uruguay pueda mantener y mejorar su producción en los próximos años recomponiendo empleo y actividad, sin tantos sobresaltos; pero más vale prevenir que curar.
La reciente mejora en el precio de los granos, la situación del sector cárnico y la expansión del sector forestal (UPM incluido) son síntomas alentadores, a lo que hay que sumar la marcha auspiciosa de las empresas de tecnologías de la información, que aumentaron sus exportaciones 13% entre 2017 y 2018.
Pero seguramente esto no es suficiente y al ajuste de las cuentas hay que agregar la necesaria mejora en las relaciones laborales, así como avanzar sustancialmente en la inserción comercial del Uruguay. Destacaba el economista Rafael Mantero en un reciente análisis en Twitter que Uruguay es de los países más remotos respecto a los grandes centros económicos mundiales; me parece un dato esencial para tener cabal comprensión de dónde estamos parados: si no articulamos una apertura más fluida con el mundo vamos a empezar a perder pie.
En síntesis, si Uruguay logra corregir delicado escenario económico actual, evitará una nueva crisis, lo cual sería clave para retomar los avances en economía, ambiente, educación, y encarar a fondo los serios problemas de seguridad y convivencia. Esperemos que el próximo gobierno esté a la altura de las circunstancias; mientras, celebremos y defendamos la democracia. El próximo domingo y todos los días