Exceso de árboles
Por Andrés Danza
Helsinski es una ciudad silenciosa. Sus calles y amplias avenidas, sus antiguas casas y edificios de pocas plantas, sus espacios verdes donde abundan los árboles, senderos y lagos, sus habitantes, todo fluye haciendo un ruido mínimo, como si fuera una brisa que se pierde entre tanta madera. La sede de la Presidencia de Finlandia, cercana al puerto de esa ciudad, no es la excepción. Allí lo importante también se murmura, casi como si fuera un secreto.
Así, susurrando, fue que en setiembre de 2014 uno de los principales jerarcas del Poder Ejecutivo de ese país me comentó durante un diálogo informal que “en Uruguay los gobiernos cambian pero las inversiones quedan”. Fue durante una visita que realizó el entonces presidente José Mujica, con el objetivo de avanzar en las negociaciones para la instalación en el país de una nueva planta de celulosa de UPM.
Es una excelente definición, pensé entonces. Y premonitoria, concluí en estos días, cuando se anunció la construcción de la tercera planta de celulosa en Pueblo Centenario de Durazno. Tiene muchas lecturas posibles la opinión del gobernante finlandés y sirve como para resumir en grandes líneas los vaivenes políticos de los últimos años.
Porque si hay algo que se ha transformado en una “política de Estado” en las últimas tres décadas, es el impulso de la forestación primero y de la inversión extranjera directa después. No hay otra más importante. La única apuesta conjunta, que ha trascendido a las administraciones de colorados, blancos y frenteamplistas, es a la madera.
Vale la pena aplaudirlo y están a la vista los resultados. Gracias a ese empuje conjunto de todos los gobiernos, Uruguay puede contar hoy con tres plantas de celulosa, miles de hectáreas de árboles y un crecimiento económico sostenido que se mantendrá al menos dos años. Ponerse de acuerdo y pensar a 20 o 30 años fue la receta. Que pasen los presidentes y que queden las inversiones más importantes, el resultado.
Lo malo es que esos son solo árboles. Y lo importante no es el árbol, es el bosque, como enseña la sabiduría popular. Un breve repaso de las últimas administraciones deja en evidencia que así como todo fue acuerdo y continuidad para la celulosa, en temas fundamentales como la educación o la seguridad ocurrió lo contrario. Los resultados están a la vista. De uno y otro lado.
A los hechos. La ley de forestación fue aprobada en el primer gobierno de Julio María Sanguinetti, hace ya 30 años. En el siguiente período, encabezado por Luis Alberto Lacalle, se sancionó la ley de puertos, a las que hoy recurren las empresas de celulosa. También aportó el segundo gobierno de Sanguinetti, con la sanción de la norma que fomenta las inversiones.
El expresidente Jorge Batlle fue el primero en recibir la oferta concreta de empresas internacionales dedicadas a la pasta de celulosa, en ese momento Ence y Botnia, para instalarse en Uruguay. Avanzó todo lo que pudo, con la oposición del Frente Amplio, que estaba muy cerca de ganar las elecciones. Durante las negociaciones, le preguntaron al vicepresidente de la Administración Comercial de Botnia, Timo Piilonen, si la empresa tenía previsto negociar con otras autoridades futuras. “Estamos hablando de un proyecto de 40 años y, por lo tanto, se piensa mucho más que en un próximo gobierno”, contestó.
Así fue. Asumió Tabaré Vázquez y se puso al frente de la defensa de la megainversión junto a su gabinete. El cambio explícito de actitud le generó una pelea con su par de Argentina, Néstor Kirchner, que provocó un corte de fronteras, insultos varios, una discusión entre ambos en Santiago de Chile, que casi termina a golpes de puño, y hasta el pedido de ayuda de Estados Unidos ante una eventual declaración de guerra.
Su sucesor, José Mujica, se acercó a Kirchner y a su esposa, la entonces presidenta Cristina Fernández y logró que se levantara el corte en el puente fronterizo, pero nunca les dio la espalda a las empresas mutinacionales de celulosa. Muy por el contrario, en 2014 viajó especialmente a Finlandia para lograr nuevas inversiones, que hoy se están concretando. Vázquez volvió a ganar y puso como primera prioridad de su administración la construcción de la segunda planta de UPM.
Desde la oposición hubo críticas, como también las formuló el Frente Amplio en su momento. La principal, con argumentos de peso, es que se hicieron demasiadas concesiones a la empresa finlandesa. Pero no hay objeciones a la cuestión de fondo. En ese terreno nadie duda y gracias a eso la economía sigue creciendo.
En seguridad y en educación ha pasado todo lo contrario. Desde el primer gobierno de Sanguinetti en 1985 hasta ahora, se han probado todo tipo de medidas muy distintas entre sí, y los que llegan al poder intentan cambiar la mayoría de las que heredan.
Así se pueden contabilizar al menos dos intentos de reforma educativa por el camino y cientos de discusiones sobre qué hacer en las aulas y experimentos sin ningún tipo de resultados. Siguen mandando los sindicatos y cada uno de los dirigentes políticos se mantiene abrazado a su árbol, sin intentar ver todos juntos el bosque.
En seguridad algunos gobiernos han apostado por más policías, otros por liberar a los presos y también por ser más contemplativos con los infractores. También recurrieron a lo que se llamó “gatillo fácil” o a intervenir en las zonas complicadas. Van y vienen y lo único que aumenta son la cantidad de robos, hurtos, asesinatos, violaciones y todo tipo de delitos.
Es a través de políticas de Estado en educación y seguridad que se llega al bosque. Los árboles ya los trajeron los inversores que sobreviven a todos los gobiernos, pero entre ellos todavía se matan, roban y agreden entre sí los uruguayos, cada vez peor educados.
Tal vez la ausencia de mayoría parlamentaria en el próximo período ayude y en el futuro la reflexión de los observadores extranjeros sea que en Uruguay cambian los gobiernos pero no las políticas fundamentales. Los candidatos que tienen posibilidades de ser presidentes han dado señales positivas en ese sentido.
Pero a diferencia de Finlandia, en Uruguay lo que ha sido permanente es el ruido, ese que siempre termina tapando lo importante. Ahí está el cambio que se hace imprescindible.