El alza de los precios de los hidrocarburos puede desatar una crisis global
Gobiernos y empresarios del mundo estudian cómo resolver los problemas causados por la caída de inversiones energéticas y la guerra en Ucrania.Desde el inicio de la pandemia con su secuela de ruptura o debilitamiento del comercio mundial, el alza de precios de los hidrocarburos y el aumento de la inflación, agravados por la guerra en Ucrania, los gobiernos y empresas del mundo intentan resolver la crisis que múltiples factores interdependientes ha desencadenado.
Los precios del gas y el petróleo en alza constante se perfilan como uno de los mayores desafíos que enfrentan los mercados, poniendo a la orden del día la necesidad de plantearse seriamente a planificar cómo pasar de una oferta energética basada en el consumo de combustibles de origen fósil a una basada en alternativas renovables de baja o nula emisión de CO2.
En la reciente reunión del Foro Económico mundial realizado en Davos, el Director Ejecutivo de la Agencia Internacional de Energía, Fatih Birol, dijo que el mundo estaba “en medio de una crisis energética global”.
También en esa reunión, un panel de expertos y líderes de empresas debatieron sobre las acciones globales que habría que tomar para salir de la complicada situación actual.
“Estamos en una encrucijada!, afirmó María Mendiluce, CEO de We Mean Business Coalition, una asociación que agrupa siete organizaciones especializadas en el estudio del cambio climático. Rebatiendo el argumento de que para salir de la crisis energética es necesario invertir más en combustibles fósiles, Mendiluce opina que, por el contrario, debido a que las inversiones en hidrocarburos son, en la actualidad, mayores que las necesarias para la explotación de energía solar o eólica, invertir en energías limpias renovables sería la única manera de mantener el calentamiento global a 1.5 grados por encima de los niveles pre-industriales, uno de los puntos fundamentales de los acuerdos de París de octubre de 2016.
Patrick Allman-Ward, CEO de Dana Gas, una empresa de gas natural de Abu Dhabi, se expresó en sentido similar al de Mendiluce, remarcando que podía considerarse la producción y consumo de gas como una alternativa al petróleo, en el camino a la generalización del uso de combustibles de fuentes renovables.
La realidad es que el mundo, especialmente Europa, está reemplazando la generación de energía basada en el carbón fósil hacia el uso de gas natural, movimiento que ya es compartido por cuarenta países que compartieron en su momento las conclusiones de la COP26, la 26ta. Conferencia de las Naciones Unidas sobre el cambio climático.
Alemania está cerrando sus plantas de carbón fósil y Portugal cerró su última planta de carbón en 2021, lo mismo que Bélgica, Suecia y Austria.
El resultado del cierre de plantas y su reemplazo por gas natural ha sido un constante aumento de la demanda y por lo tanto a un aumento de los precios y a una fuerte presión sobre la oferta que significó la aparición de cuellos de botella especialmente en el momento en que -con el aflojamiento de las restricciones por el retroceso de la pandemia- las economías comenzaron a recuperarse.
Las dificultades en la oferta de gas motivaron que la demanda energética se dirigiera nuevamente hacia el carbón y el petróleo, con el consiguiente aumento de precios que se ubican hoy por encima de 120 dólares el barril de petróleo Brent y no menos de 40 dólares el millón de BTU de gas natural.
El conflicto en Ucrania ha agravado el panorama global del balance energético, ya que una tercera parte del gas natural consumido por Europa proviene de Rusia y su abastecimiento ha devenido crítico para la comunidad, por la tendencia declinante de la producción local en los últimos años.
El clima también puede ser un factor extra económico perturbador de las estructuras de oferta y demanda energéticas. Inviernos muy fríos o veranos muy calurosos que disparan la demanda de calefacción o aire acondicionado, suman tensiones no sólo en los precios sino en las realidades financieras de los Estados que deben hacer frente a gastos de subsidios y asistencia a familias y empresas cuyas necesidades energéticas aumentaron más de lo normal.
La escalada actual de los precios del gas, el petróleo y también del carbón desafían toda previsión y, según afirman expertos y líderes empresarios, podría ser sólo el comienzo de una situación crítica igual o peor que las crisis del petróleo de 1973 y 1980.
Pero los problemas actuales no estarían limitados, como en esos años, al aumento de los precios petroleros, en las palabras de Faith Birol a Der Spiegel, “tenemos una crisis del petróleo, una crisis del gas y una crisis del gas al mismo tiempo, crisis más importantes que las de los setenta y ochenta y probablemente más prolongadas”.
“Tenemos un problema muy serio en todo el mundo y creo que los líderes políticos recién se están despertando, es como una tormenta perfecta”, alertó Joe McMonigle, secretario general de Foro Energético Internacional en una entrevista con la CNN.
El desarrollo de la crisis – tendencia a la baja de las inversiones, fuertes disrupciones de la oferta y la demanda a causa de la guerra – significará probablemente una amenaza a la recuperación post Covid 19 y una potenciación de la inflación, provocando tensiones sociales y debilitando los esfuerzos contra el calentamiento global. Por otra parte, no es desacertado imaginar que los cuellos de botella en la provisión de nafta y gasoil podrían llevar a que se instrumenten racionamientos de combustible en el próximo invierno boreal.
En Estados Unidos, Robert McNally, ex asesor en energía del presidente George Bush, alertó sobre la capacidad actual de la red energética norteamericana de dar respuestas a fenómenos como las altas temperaturas y las sequías que podrían verificarse en el verano. El ex funcionario no descartó que pueda faltar energía e incluso producirse apagones en horas pico.
Las sanciones que los países de la OTAN impusieron a Rusia debido a la guerra y la consecuente represalia rusa agravaron una situación que estaba en desarrollo desde antes que se iniciaran las hostilidades. En efecto, la oferta energética complicada por el aumento de sus precios y los problemas de abastecimiento son también el resultado de una baja dramática de la inversión en ese sector clave de la economía mundial. En 2021, la inversión en exploración y producción petrolera y gasífera fue de 341 mil millones de dólares, un 23% menos con respecto a los niveles pre pandemia que había sido de 535 mil millones de dólares y muy por debajo de los 700 mil millones del año 2014, según cifras del Foro Internacional de Energía.
Para Francisco Blanch, titular de Commodities globales del Bank of America, algunas de las razones que pueden explicar la sensible caída de las inversiones en gas y petróleo pueden ser la competencia creciente entre empresas energéticas por orientar sus recursos financieros hacia fuentes renovables, el futuro incierto de los combustibles fósiles y la histórica volatilidad y oscilación de los precios del petróleo.
Con el recuerdo de las largas filas de automóviles esperando cargar nafta a precios por las nubes en 1973, gobiernos y empresas se han abocado a diseñar políticas y medidas que, aún aplicadas en lo inmediato, como un fuerte impulso a las inversiones, tardarían un tiempo considerable en aumentar decisivamente el volumen de la oferta en el mercado mundial.
Otros factores que no dependen de decisiones domésticas sino de modificaciones globales en las relaciones internacionales, podrían aportar algún alivio a la situación. Tal sería, por ejemplo, una solución diplomática consensuada que ponga fin a la guerra en Ucrania. O la concreción de un pacto nuclear con Irán, o un acuerdo con la OPEP para aumentar la producción. Quizá lo más esperado en medios estadounidenses, aunque poco probable, sea una desaceleración importante de la economía china.
La Agencia Internacional de Energía sugirió hace unos meses que para enfrentar las carencias de hidrocarburos y combatir el alza de sus precios, los gobiernos deberían adoptar drásticas medidas para disminuir el consumo de petróleo, como reducir los límites de velocidad en las autopistas, instrumentar el trabajo remoto desde los hogares tres veces a la semana y prohibir el tránsito automotor los días domingos en las ciudades.
Pero la realidad de crisis anteriores, en 1973 y 1980, demuestra que es la recesión, con la consiguiente desaceleración brusca de la economía, la que reconfigura la estructura y nivel de precios por el achicamiento de la demanda global. Lamentablemente, una recesión significa siempre caída de la actividad, aumento de la desocupación, caída salarial, cierre de empresas y disminución del consumo.